lunes, 5 de abril de 2010

LA FIESTA DE TODOS LOS SANTOS

5. "Alma Phista" _la Fiesta de Todos los Santos
Cuando se acerca el día primero de Noviembre, es necesario prepararse para recibir a las
almas que vienen de visita. Los familiares directos del muerto, obligatoriamente, asumen la
responsabilidad de recibir a sus almas. Dos semanas antes de celebrarse la fiesta, se realiza la
feria tradicional denominada "suni althapi". Bajo el sistema del "trueque" o mediante la
compra con dinero, cada familia se aprovisiona de todo lo necesario para la fiesta.
Generalmente se adquieren productos como: "maná" (maíz tostado), galletas, pan, vino, agua
bendita, panecillos, "quispiñas" (bocaditos de quinua y cal), "tojtos" (picarones), carne, sal,
cebolla, ají, coronas, flores, dulces y, principalmente, la harina para elaborar los "t´anta
wawas" o "turco wawas" que son panes con forma de bebé y otras. Algunos de estos
elementos rituales servirán para preparar la comida, otros para elaborar los objetos rituales
que se pondrán en la tómbola o sobre la tumba de los muertos. Otros elementos servirán para
beber y bendecir con ch´allas la tumba del muerto.
Preferentemente se preparan comidas que le han gustado más al difunto. Decía el señor José
Bailón para explicar esta costumbre: "Cuando uno regresa de la calle, la mujer siempre espera
con una comida que nos gusta. Entonces igual debe pensarse en la comida de los muertos".
El recibimiento de las almas es el momento más trascendental para los aymara. Se cree que
llega el día primero de Noviembre a las doce del día. Por la noche se celebrará el "nakayaña"
o velorio. En esta ocasión se reciben a los resiris para que oren por el alma bendita que ya está
en casa disfrutando la comida, la bebida y otros preparativos que hizo la familia. Los
rezadores a cambio de la oración reciben sus ofrendas consistentes en panecillos, tojtos,
quispiñas, maná y un poco de asado. A las personas mayores, además de la ofrenda se les
invita un vaso de bebida. Al día siguiente _el "despachu uru"_ acostumbran ir a la tumba.
Ante el muerto hacen rezar. Algunos comienzan la oración en la tumba muy temprano, como
a las cinco de la mañana. Dicen que esta hora es muy propicia para las almas de los niños, ya
que ellos tienen que irse temprano, porque en la noche podrían perder el camino o tener
dificultades al regresar al mundo de las almas. A los adultos muertos se hace rezar
aproximadamente a partir de las diez de la mañana y hasta las doce del día, aunque algunos
despachan sus almas más temprano por la mañana. Luego de hacer rezar se invita a los
acompañantes para que visiten la casa de los misayiris (celebrantes), para servirse comida y
bebidas. Se cree que si se hace comer y tomar bien a los visitantes, entonces las almas se
habrán ido tranquilos y felices.

EL DUELO

4. "Llaqui": el Duelo
La misa de almas a los ocho días, llamada también "la octava", marca una etapa del duelo.
Con esta celebración se busca el despacho definitivo del alma. Los rituales que por esta
ocasión se realizan son similares a los del entierro. Por eso se los denomina también "el
segundo entierro". Las ceremonias comienzan con la velación o vigilia, para lo cual se
prepara una imagen vestida con las ropas lavadas del finado, simulando la presencia del
cuerpo muerto. Esta noche se comparten los juegos mortuorios.
Al día siguiente se asiste a la misa de los ocho días. Generalmente la realizan en la capilla de
un pueblo cercano o se contrata un sacerdote para que visite la casa de los dolientes. El
mismo día el yatiri con su sabia experiencia y habilidad técnica confecciona objetos en
miniatura que el alma en su partida definitiva al más allá se llevará cuando en la tarde de ese
día éstos serán dedicados al fuego en una hoguera. Entre estos objetos en miniatura pueden
figurar herramientas de labranza (como el lluco y el arma del arado), del telar (como el sahu y
el kapu), de albañilería (como un varilejo o un martillo), instrumentos de sastrería (como
tijeras, hilos, y agujas), enseres (como sogas, costales y mantos). De igual modo se depositan
en un costal, víveres para la dispensa del finado en el más allá, con papas, arroz, chuño,
cebollas, sal, ají, pan, comino, chocolate, cocoa y otros). Se le agrega un fiambre para el
camino, agua bendita y todas las ropas del finado que previamente han sido lavados en un río:
la idea es que el agua corriente se lleva no sólo la suciedad sino todo mal que podría haberse
pegado a las prendas, como enfermedades, penas, maleficios y mala suerte.
El conjunto de todos estos elementos se lleva al lugar de la hoguera del sacrificio, llamado el
"alma despachuni". La hoguera necesariamente debe estar ubicada al lado poniente de la casa.
El oficiante provisto de todo lo necesario para este trascendental acto procede a sacrificar las
pertenencias del muerto, convencido de salvar así el alma del muerto de los pecados y
asegurarle su estadía en el mundo de los muertos. Por otro lado, los familiares también se
beneficiarán de este ritual en el sentido de que estarán libres de pecados y tristezas.
La quema de las ropas del difunto es necesario porque "sólo de esta manera podríamos evitar
el padecimiento del alma. Además nadie podría utilizar las ropas del muerto porque cargaría
con las penas y desgracias del muerto", dice la señora Manuela Colla de la comunidad de
Urus Chulluni (distrito de Puno).
Al llegar a la casa de los dolientes, se sirven algunas bebidas y comidas típicas que en Urus
Chullini ha de ser un caldo de pescado.
La misa de los ocho días se celebra con la única finalidad de salvar el alma del muerto,
despacharle definitivamente y a la vez con esta misa se logra comprar su casa, en el mundo
del más allá.
Posteriormente, a los seis meses, se celebra nuevamente otra misa denominada "terso misa".
El motivo de esta celebración es recordar el alma del muerto que quizás aún no esté
perdonado. Este ritual se inicia con una vigilia o velación muy parecida al ritual de los ocho
días. Al día siguiente se asiste a la misa en un poblado cercano. Posteriormente se visita la
tumba del fenecido y luego en el hogar se comparte comida y bebida.
Las visitas a los muertos no siempre se hacen exactamente a los seis meses, sino también se
puede hacer en algunas fiestas del calendario cercanas a los seis meses, como son: los días de
compadre y comadre, la fiesta de San Pedro y San Pablo, San José, Semana Santa y otras
fechas que los familiares vean convenientes.
Más tarde ocurren las ceremonias del "cabo de año", denominado comúnmente "mara
misa" (misa de año), y a los tres años, la fiesta del cambio de las ropas del duelo, en "qimsa
mara misa" (la misa de los tres años). En ambos casos el objetivo común es completar el
despacho del alma y celebrar el establecimiento definitivo del alma en el mundo de los
muertos. Es indispensable hacer celebrar una misa en honor del finado en alguna capilla o
templo de un pueblo cercano. Se visita nuevamente la tumba y posteriormente se retorna al
hogar, donde se procede a realizar el acto más importante de la "qimsa mara misa", el
llamado "mursuña", que consiste en reemplazar la ropa negra con otra de colores rojo, azul y
otros. Los que ejecuten este ritual son los familiares más cercanos de los dolientes. Su primera
tarea es desvestir las ropas negras y en su reemplazo vestir a los varones con ponchos rojos,
chalinas blancas y sombrero negro, y a las mujeres con mantones y polleras de colores vivos y
alegres. En seguida echan sobre la cabeza misturas y flores como símbolo de alegría. Así
celebran la etapa final del duelo. Todos los visitantes les echan mistura y flores, de manera tal
que los protagonistas de la fiesta de cabo de año terminan con muchas ropas como símbolo de
abundancia y alegría. Luego, los ex-dolientes, en un acto de reciprocidad y agradecimiento,
brindan comida, bebidas y baile a los visitantes.

EL ENTIERRO

3. Entierro (Alma Chaktayaña)
En la comunidad aymara no está permitido enterrar los difuntos _"allintaña"_ en los días
Martes o Viernes, porque estos días son considerados como malignos y pueden perturbar el
viaje del alma. Con la mayor insistencia se practica esta costumbre en los distritos de
Laraqueri y Platería.
El día del entierro, a muy tempranas horas, los familiares y amigos se concentran en la casa
de los dolientes con la finalidad de cooperar en los quehaceres. A su vez entregan los
"apjatas" que consisten en papas, carne, chuño, habas, coca, alcohol y/o pisco, reafirmando
con esto una verdadera reciprocidad.
Antes de trasladar el cadáver al cementerio o al lugar de entierro, los familiares
consanguíneos más cercanos depositan las últimas ofrendas en el interior del ataúd. Estos
consisten en huevos y monedas (para pagar las deudas), fiambre (consistente en kispiña,
tojjtos, khati, chüño phuti, mot´e y aycha khatita), flores, bebidas (para los varones), juguetes
(para los niños) y algunas ropas nuevas. Además se hacen los últimos arreglos al muerto,
cuyos detalles son importantes a fin de no recibir críticas u objeciones de parte de la
comunidad.
El traslado del difunto puede realizarse entre las once de la mañana y las dos de la tarde. Los
primeros en trasladar el ataúd son los familiares del difunto. En el camino se da la
oportunidad a los acompañantes a que lo lleven también. El mismo orden se repetirá al
arribar al lugar de entierro o cementerio.
Con respecto al lugar de entierro vale agregar que desde antaño se ha acostumbrado enterrar
los difuntos a las orillas de los caminos de herradura, los cruces de caminos o las apachetas.
Las razones son varias. Algunos creen que al enterrar en estos lugares siempre serán
recordados por las personas que transiten por estas moradas. Además, es sumamente
importante expresar la relación entre las almas y la comunidad. Precisamente en las
comunidades de Wakani, Ccota y Chinchera, las tumbas se encuentran en los linderos de sus
terrenos de chacra (korpa patjaru), o algunas veces en un rincón del canchón, porque según
las creencias de estos comuneros, el alma cumple diferentes funciones, como son, proteger el
hogar de las malas intenciones de los ladrones. El alma habla y estornuda como cualquier
otra persona, cuando alguien mal-intencionadamente acecha la casa. Se levanta si es
necesario para defender el hogar como un hombre; cuida los sembríos; convive con los
humanos, a pesar de estar descansando. En este sentido, los aymaras sienten que sería injusto
enterrarlo lejos del hogar, después de haber compartido la vida, el techo, la comida y la cama.
Al estar juntos con el alma habría la oportunidad de encontrarse, cuidarse por ambas partes,
solicitar al alma el permiso para los viajes, negocios y otras transacciones. De ser enterrado
lejos, el diablo podría apoderarse del muerto y bailar sobre la tumba con los genitales
descubiertos; la gente y los animales podrían pisotearlo; en suma, quedaría abandonado.
Estos patrones culturales son conservados y desarrollados con mucha fe por los comuneros
de Wacani (Pomata)2.
La romería debe realizarse según ciertas reglas. Así, por ejemplo, no puede trasladarse con
prisa al muerto. Además es necesario descansar en determinados lugares conocidos como
"samawis". Estas reglas se observan así porque se dice que el alma se fatiga rápidamente. Por
otro lado, para acompañar el cortejo es necesario respetar el status y la jerarquía de las
personas. Esto se nota en la siguiente distribución de personas: los que encabezan la comitiva
son los familiares que llevan las flores y las coronas, llamadas "pillus". En seguida van los
varones de la familia doliente, y al final van las mujeres, las "jach´iris" (lloronas). Este orden
se invertirá al regreso del panteón. Para retornar al hogar, eligirán otro camino, costumbre
que se practica con la finalidad de despistar a las penas que en todo momento persigue a los
deudos. Cuando arriban al lugar del entierro _lugar elegido por el muerto o determinado por
los familiares_ se realiza el último descanso. Este entretiempo puede durar de media hasta
tres horas, dependiendo de la preparación de la fosa. Esta responsabilidad generalmente está a
cargo de amigos varones. Nunca lo hacen los familiares. Estos amigos son elegidos por los
dolientes. Provistos de herramientas de excavación, comida y bebidas, ellos se dedican a
preparar la futura "casa del muerto". Generalmente este lugar, como ya indiqué anteriormente,
puede ser un patio, canchón, puede ubicarse en el lindero de un terreno de cultivo o un
cementerio; pero lo importante es que esté cerca del hogar, para que posteriormente no sea
víctima del abandono y para que no sea olvidado o pisoteado por la gente. El trabajo de la
preparación de la tumba va también acompañado de costumbres. Por ejemplo, tanto al iniciar
como al culminar los trabajos de excavación se cruzan las herramientas en forma de cruz.
Asimismo disfrutarán los excavadores del fiambre obsequiado por los dolientes.
Posteriormente se dedicarán a la preparación de la fosa. Sus paredes deben tener pequeñas
hornacinas, que servirán para prender velas y hacer la vigilia mientras descansa la comitiva.
Antes de que acabe el día, los dolientes solicitan al "resiri" que invoque la última oración.
Enseguida se procede a bajar el cajón en la fosa con la ayuda de sogas y llicllas. Una
costumbre aymara es ponerse flores en el cuerpo. En esta oportunidad después de friccionarse
con estas flores, las echan sobre la tumba. Otra costumbre, llamada "jachjatasiña", consiste
en echar tierra sobre el ataúd (puede ser tres puñados o tres lampas de tierra). Si no hubiera
suficiente tierra para este ritual, sería una señal de que otra persona podría fallecer, o en todo
caso que el muerto tiene muchos pecados y que "Dios no acepta el perdón", así cuentan en la
comunidad de Chinchera. Apenas termina el cortejo fúnebre, las personas muy afanosamente
se quitan las prendas mayores, las voltean, luego las sacuden y vuelven a ponerse dichas
prendas. La finalidad de este acto es dejar las penas en el panteón. Luego del entierro se
sitúan a la salida del panteón. En este lugar los dolientes reciben los sentidos pésames y
agradecen públicamente a los acompañantes por la solidaridad que mostraron en este día
penoso. La frase aymara muy usual en este caso es la siguiente: "Aka ch'amak uruna suma
urjapt'apjesta" (en esta oscuridad nos das claridad), ó: "Aka ch'amak uruqipt'ayapjesta" (en
esta oscuridad nos iluminas).
Posteriormente se comparte la comida con todos los asistentes. Los ritos que acompañan esta
cena difieren de un lugar a otro. Un ejemplo muy peculiar lo encontramos en la comunidad de
Anccaca (distrito de Laraqueri). Primeramente los dolientes estiran tres manteles tejidos en el
suelo, inmediatamente los asistentes al entierro se dividen en tres grupos, uno de los dolientes
y familiares, otro grupo lo conforman los acompañantes y el tercero es el grupo de los que
excavaron la tumba. En esta forma se reparte el fiambre entre los tres grupos, sin ningún tipo
de discriminación. La comida consiste en "tajtis" (torrejas), chuño, papas, "mote" (maíz),
carne, "maná" (maíz tostado) y un poco de ají en salsa. En la comunidad de Ccota y Urus
Chulluni, la costumbre es diferente; allí se prefiere comer "choca y chaulla" (carne de ave y
pescado). Volviendo a lo anterior, las sobras de la comida se reparten entre los invitados, de
tal manera que cada uno lleve su "alsa" o porción a la casa. Con respecto a esta agrupación de
las personas, el señor Emilio Pacho aseguró que antiguamente se prohibía juntar a los
dolientes con los acompañantes, porque no podían mezclarse las personas que tienen pena y
las que no la tienen. A partir de estos dos grupos opuestos, se organizaban todas las
actividades sociales y religiosas de los funerales. Inclusive se degollaba dos animales, uno
para los jach´iris _los dolientes_ y otro para los acompañantes.
De manera similar se dividían los víveres para preparar la comida o fiambre por separado.
Con respecto al animal degollado, sólo se debe consumir la carne; lo demás (vísceras, cuero,
menudencias) debe llevarse el sacrificador; de no ser así la familia cargaría con las penas.
Esta costumbre de servirse la comida después del entierro, tiene otra particularidad en la
comunidad de Tarapoto (distrito de Wacullani). Allí la comida consiste en un plato de sopa y
un segundo de fideos. Los primeros en comer son los varones, mientras las mujeres
permanecen en la cocina ayudando a servir los platos. Después de que terminan de comer los
varones, recién viene el turno de las mujeres. Al respecto nuestros informantes indican que
siempre fue así la costumbre. Para servirse la bebida ocurre igual. Muy pocas veces las
mujeres pueden juntarse con los varones.
Con respecto a la asistencia de los niños en los entierros, las reglas por lo general prohiben la
participación de los niños, para evitar que se enfermen con la "urija" _las emanaciones
peligrosas de los muertos_ pudiendo causar la muerte de un niño, pero existe la posibilidad
de curarlo cerca de la tumba del recién fallecido. En el caso de un bebé (si la madre no puede
dejarlo solo en el momento en que debe acompañar al finado), ella tiene que solicitar a un
varón que pase su niño por encima del ataúd, del lado izquierdo al lado derecho. Esto se hace
con la finalidad de distanciar la muerte de la vida. Algunos informantes en Ccota (distrito de
Platería) nos decían que los niños son lisiados o amilanados por los muertos porque tienen
"isk´a espíritu" (un débil coraje, un espíritu menor). Por eso es que se asustan rápidamente
los niños. Un niño, en esta misma comunidad, me contaba que las personas mayores le
prohibían asistir a un entierro porque le dijeron que se volvería loco o que le crecería la
barriga de tal manera que no se contentaría con la comida.
Ahora bien, al muerto se debe enterrar mirando el recorrido del sol, conforme nosotros lo
hacemos rutinariamente: al levantarnos por las mañanas miramos el sol y también nos
calentamos mirando el sol. Esta es la razón por la que entierran al muerto mirando el sol. En
aymara se dice: "Aka Inti uñkatata ikiñapaja" (su cama está mirando el sol).
Terminados los ritos en el lugar del entierro, los dolientes reiteran la invitación a la gente
para que los acompañen al hogar. El retorno debe realizarse por otro camino, con la finalidad
de confundir _"pantjayaña"_ a las penas que están al acecho de los familiares y que los
persiguen.
Al momento de ingresar al hogar los dolientes, llamados los "almanis", y los acompañantes
deben sahumarse con el humo de yerbas aromáticas: romero, salvia, ají y una planta que sirve
de comida a las aves, llamada "jamach´i mank´apa". Dicen que es buena para ahuyentar las
penas. Otro rito se realiza en el interior del hogar que se llama: "sepultura thakaña". Esta
expresión significa: "buscar la sepultura" y se buscan los escondrijos de la pena. Provistos de
una "jiska diablo" (chicote o varilla del diablo), de arena, excremento de vacuno y orín
podrido, se busca los agujeros _"sepultura"_ de la casa donde supuestamente se han quedado
las penas. El procedimiento es, introducir la varilla en este agujero, echarle orín y cubrirlo
con arena o con excremento de vacuno. Mientras tanto los invitados disfrutan de la comida,
la bebida y la coca ofrecidos por los familiares del finado. Con estos actos termina esta parte
del duelo.
Al día siguiente se reúnen los amigos con los familiares para realizar otros rituales en
beneficio de los dolientes, como son: la sanación de los dolientes, la expulsión de las penas
del hogar, la separación de la vida y la muerte. En el distrito de Laraqueri, el rito tradicional
más común para este día es la "t´akja" o "t´aka", que significa: separación. La ceremonia se
inicia con el respectivo permiso de los dolientes. En seguida el "t´akara apsuri", el ritualista
de esta ceremonia, entrega a cada uno de los asistentes una piedra mágica envuelta en lana de
llama denominada en aymara "kollpa". Es un amuleto que debe conservarse en alguna parte
sobre el cuerpo de la persona. En seguida el oficiante toma hilos de colores blanco y rojo. Si
no hubiera estos, usa hilos blanco y negro hilados de lana de alpaca por los propios
comuneros. Luego, procederá a encadenar a las personas, partiendo del cuello, descendiendo
a los pies y así sucesivamente con todas las personas. Terminado este acto, el yatiri recoge
las piedras mágicas, pero no sin antes pasarla por todo el cuerpo a modo de limpieza.
Después de un soplo de la persona sobre el amuleto lo deposita en una bolsa sagrada.
Finalmente se recoge también el hilo despedazándolo en varias partes y al mismo instante
invocando a los dioses y espíritus y pidiéndoles que no vuelva la tristeza a la familia y que no
retorne la muerte a la casa para llevarse a otro familiar. Con este acto se separa
definitivamente la muerte de las personas. Los hilos y la piedra extraídas del cuerpo de las
personas, se llevan al cerro que está al lado occidente, con la finalidad de sacrificarlo y de esta
manera salvar a las personas de las penas y persecuciones de la misma. También este día se
acostumbra a visitar la sepultura procediendo de un modo similar al que hemos detallado
anteriormente.
En algunas comunidades del distrito de Juli, se celebra este día el lavatorio de los dolientes.
David Onofre Juli describe un caso de su pueblo: "Aproximadamente a las 8 ó 9 de la
mañana, están nuevamente presentes los familiares y amigos en casa de los dolientes y
propician el rito del "llaquinaka jareqaña", o lavado de las penas. Se agrupa a las personas de
acuerdo a la dimensión de una tela blanca que se adecúa a la altura del cuello de las personas.
En seguida la dueña de casa alcanza a su esposo una fuente con agua, en que yacen flores y
unas monedas de 10 décimos. Las monedas son entregadas en la boca de cada uno de los
asistentes. Estos lo sujetaran con los dientes hasta que se lo pida el oficiante. Seguidamente se
lava la cara de los dolientes. Asimismo se les quita la moneda con un movimiento brusco de
entre los dientes. Finalmente el oficiante reprende a los familiares por haber comido a un
pariente y además recomienda que no vuelvan a hacerlo.
En otras comunidades, el castigo es más duro. Con una rama de ortiga se flagela a los
dolientes con la finalidad de sacar del cuerpo del doliente las penas que aún quedaron y al
mismo tiempo se le dice que no vuelva a comer o matar a otra persona.
La conducta de los familiares después del funeral está sujeta a ciertas reglas restrictivas,
creencias y tabúes. Se les prohibe cambiarse de ropa, pastear ganado, trabajar la chacra y
otras actividades domésticas, hasta los ocho días. Los dolientes están obligados a vestir el luto
debido a que se encuentran "adolorados": "llaquisiñantanwa". La responsabilidad de los
familiares es cortejar durante toda la semana a los dolientes y apoyar a curar las heridas, acto
que se realiza para evitar la apropiación de las penas de los cuerpos de los dolientes.

EL FALLECIMIENTO 1


2. "Tukusiña": el fallecimiento
En el mundo aymara, los fallecimientos son posibles percibirlos antes de que ocurran, a
través de los presagios. Gracias a esta perceptibilidad se pueden describir y explicar estos
acontecimientos religiosos.
Al respecto hay una variedad de indicadores. Por ejemplo, la presencia de un gran número de
moscas en las habitaciones, el aullido del perro, el frecuente descanso del búho sobre el
techo: estos son presagios de la muerte de un familiar. El búho, como ave nocturna, pertenece
al manka pacha, el mundo oscuro de adentro, y es lógico que viene a avisar sobre la muerte.
Las visitas de algunas aves del lago, los "kota jamach´is", pronostican la muerte también,
porque dicen que vienen a llevarse el alma de las personas. Para evitar que se cumpla tal
presagio y para que no se muera ningún familiar, hay que ahuyentar a estos pájaros de mal
agüero. Otros presagios que se observan son: el comportamiento de las personas que van a
morir: si alguno de ellos se tropieza al caminar: cuando hace algo inusual, cuando actúa de
manera tan amable como en toda su vida no ha sido así. Es así como la persona misma
anuncia su muerte. Se cree que de todas maneras morirá.
Otra manera de presagiar la muerte es a través de los sueños. Cuando una persona en sueños
conduce un carro, cuando así ingresa y sale de una casa o cuando se sueña manipulando sal y
carne de un animal degollado, significa que alguno de la comunidad va morir. Algunas veces
pueden precisar también las personas que van a morir; por ejemplo, cuando pierde los dientes
en sueños: esto significa que uno de sus padres o de sus familiares cercanos va a morir.
Una persona puede llegar a presentir su muerte y reconocer los presagios de su próximo
fallecimiento. Por ejemplo, cuando se sueña con muertos conocidos o desconocidos. Por eso,
no es de extrañar que algunos anuncian y comunican su muerte a sus familiares. Inclusive
pueden reunirlos para darles por anticipado la herencia sobre la base de un testamento.
Otra manera de pronosticar la muerte, es recurriendo al diagnóstico del cuy, a través del cual
se determina la enfermedad de una persona o su eventual deceso. El procedimiento consiste
en observar los intestinos del animal: si éstos se presentan en forma de un collar o rosario, la
muerte será indudable y por lo tanto hay que prever todas las acciones necesarias para el
entierro. Una de las primeras tareas es visitar el templo o la capilla para prender velas.
Cuando se anuncia la muerte de una persona, es necesario preparar al paciente para la
defunción. Para eso se contrata un yatiri (un sabio) o un resiri (un orador) para que realice el
rito de la "t´akja" que es la separación simbólica entre la muerte y la vida. El objetivo de este
rito es ayudar a morir a la persona desahuciada. En estos casos algunas familias aprovechan
para reunir a los familiares que viven cerca, con la finalidad de perdonarse con el moribundo
antes de su muerte. Cuando ocurre la muerte, los familiares hacen oraciones y le piden al
moribundo para que diga: "¡Jesús, Jesús!".
En el caso, que la agonía del paciente continúe por varios días, se reunirá a todos los
familiares con la finalidad de que el desahuciado se perdone con alguno de ellos.
Coincidentemente ocurre que la persona fenece con tranquilidad, momentos después del
encuentro más esperado con el familiar más querido. Hasta la fecha no podemos explicar este
fenómeno con mayor juicio.
Los criterios para declarar muerta a una persona giran en torno a la percepción del latido del
corazón o la respiración o cuando el cuerpo sufre un proceso lento y progresivo de
enfriamiento. Consumado el hecho, se derraman las primeras lágrimas. En seguida los
familiares se vestirán con luto. Los varones generalmente usan un sombrero, poncho,
pantalón y chalina negros; las mujeres utilizan phullo (el velo andino), mantón y pollera
negros. Los hijos pueden vestirse igual o en todo caso utilizar cualquier vestidura negra. En
algunas comunidades la solidaridad se expresa en prestar ropa negra hasta los ocho días.
Seguidamente se confecciona el ataúd, pidiéndose este servicio a un aficionado en carpintería
que no sea pariente del finado. Si la familia es pudiente podrá comprarse el ataúd. En caso de
extrema pobreza y donde falta o escasea la madera, como en comunidades aisladas de altura,
simplemente se envolverá el cadáver en un chusi, una frazada, pero esta costumbre se
practica en muy pocas comunidades de altura. El fallecimiento conmueve y compromete
generalmente a toda la comunidad. Los comuneros asumen una serie de tareas con la única
finalidad de apoyar moral y materialmente a los familiares del muerto. La primera tarea de
los familiares es comunicar el fallecimiento a las autoridades de la comunidad. En algunos
casos éstos pueden intermediar para que la comunidad contribuya en los diferentes gastos que
con está ocasión realiza la familia. La respuesta solidaria es casi de inmediato. Este acto
solidario es común entre los comuneros de Urus Chulluni, donde están obligados a recolectar
la suma de 100 nuevos soles para ayudar a los dolientes. Posteriormente se extiende el aviso
a todos los amigos de la comunidad.
Los comuneros ni bien se enteran del fallecimiento se constituyen en casa del finado,
llevando consigo regalos _las apjatas_ consistentes en especies, bebidas y coca, y
ofreciéndose a asumir algunas responsabilidades conforme lo requieran las circunstancias.
Tales servicios son, por ejemplo, encargarse de lavar al muerto, ayudar en la cocina,
encargarse de los trámites legales, preparar el ambiente para el velorio, preparar las ofrendas
y orientar a los dolientes respecto a la secuencia de los diversos ritos que deben cumplirse en
honor al fallecido.
La responsabilidad del jefe de familia es convocar a todos los familiares del finado, con el fin
de conversar y tomar acuerdos respecto a los gastos que ocasionará el entierro. Asimismo se
hace un anticipo de cómo se distribuirán las pertenencias del finado. En adelanto de esta
herencia todos los familiares concertan en acopiar cuasi equitativamente diversos productos o
víveres que servirán para preparar los fiambres y las comidas. Esta costumbre es peculiar en
estas comunidades aymaras.
La siguiente tarea es contratar a una persona que no sea familiar, para que se encargue de
lavar el cuerpo del muerto. Para este fin se utiliza agua hervida con la yerba de romero o
simplemente agua con sal, lavatorio que se realiza para expurgar los pecados del muerto y
ayudar a conservar su cuerpo por los días que permanecerá en casa.
En algunas comunidades antiguamente se practicaba el estrangulamiento del muerto.
Actualmente esta costumbre se ha prohibido porque trae complicaciones legales. La
costumbre se realizaba con la finalidad de asegurar la muerte de las personas, o en todo caso
para evitar la expulsión del mal olor. Inclusive existía la costumbre de golpear con piedras al
muerto para que expulse los pecados. En aymara este acto se denomina "nakjañani kalampi".
La posición del muerto en el ataúd debe ser de cúbito dorsal, las manos sobre el vientre en
actitud de oración. Los ojos y la boca deben permanecer cerrados, ya que por ahí salió el
alma. Otras prácticas son las siguientes: hacer morder algún metal, para librarse de las
deudas. En la comunidad de Moya Pampa (Juli), las comuneras nos informaron que sus
abuelos acostumbraban, a hacer agarrar a su muerto una soga enlazada a una llama viva,
durante todo el día, hasta que se realice el sacrificio del animal, aproximadamente a las 5
p.m., o sea, poco antes de que se ponga el sol.
Este acto simbólico se realizaba creyendo que el alma debía ser acompañada por un animal
resistente y acostumbrado a resistir largas caminatas. El único animal con esas condiciones
sería la llama. Este animal debe estar cargado de un costal que contiene los víveres, bebidas,
herramientas, utensilios, enseres y objetos sagrados del difunto. Según la creencia de los
aymara, el finado utiliza estos elementos durante su viaje y en su residencia en el mundo de
los muertos. Se supone que tendrá que cocinarse, vestirse, trabajar, bailar, pastear, construir
su casa, cultivar, saciar su sed y otras actividades humanas acostumbradas.
Aproximadamente a las cuatro, o cinco, de la tarde se sacrificaba al animal. Su sangre se
ofrecía a la Pachamama para saciar su sed y para que ella acoja al muerto en sus entrañas.
Este acto se denomina "ch'alla", pero el término más correcto sería la "wilancha" que
significa: aspersión ritual de purificación con sangre. Menciono aquí una información
complementaria respecto a la percepción del hombre aymara sobre el origen y destino de los
humanos: un comunero de Chinchera con mucha firmeza decía que nosotros salimos
_"kkuñstanja"_ de las profundidades de la Santa Tierra y al morir regresamos a ella:
"k´uñuntjaraktanwa".
La ubicación del ataúd varía de comunidad en comunidad. Algunos lo colocan en el fondo de
un cuarto viejo, semi-arruinado, creyendo que así podrían evitar una próxima muerte. Otras
lo depositan en un cuarto nuevo, con la finalidad de conseguir una casa nueva en el
"alajpacha" _el mundo de arriba1_ y en otros casos lo ubican en la habitación que ocupaba el
finado. El área cercana al ataúd se cubre con tela negra y se pegan figuras que representan
calaveras y crucifijos. De igual manera se prenden velas y se ponen flores. El espacio libre
del cuarto se utiliza para extender algunas frazadas y cueros. Sobre éstos se deposita en una
inkuña _un pequeño lienzo ritual_ la coca y el alcohol. A la vez servirán las frazadas para
que las mujeres tomen asiento en un gran círculo alrededor de la inkuña. Los varones se
ubican en los asientos que se preparan con motivo de la vigilia. Durante la vigilia las
personas se dedican a conversar y comentar sobre la vida del muerto, recordando sus hechos
más importantes y valorando algunos de ellos como ejemplos para los amigos y los
familiares. Inclusive está permitido reírse sin ofender o sobrepasarse. En esta ocasión se
hacen presentes los familiares venidos de lejos y amigos con sus respectivos regalos, las
apjatas, que consisten en pisco y coca. Los varones están encargados de servir en dos copas
juntas las bebidas, conforme el principio dual aymara, y las mujeres se responsabilizan a
servir la coca en una inkuña.
En la mayoría de los casos la vigilia es toda la noche. Durante este tiempo se realizan
oraciones dirigidas por el resiri. Asimismo se comparten bebidas y hojas de coca.
Aproximadamente a las cuatro de la mañana o poco antes de la salida del sol se acostumbra
consumir un plato de caldo de cordero.